La noche agónica y pálida da a luz al día en Oriente.
Recién nacida, la aurora llora en huérfanos silvestres.
Madre mimosa y espléndida, la campiña al fin provee
Con su florida esperanza a la infancia omnipresente.
Agachando las cabezas deambulan sobre el césped
Frente al pórtico del bosque seis caballos sin jinetes.
Con parsimonia hedonista van eligiendo los tréboles
Más tiernos y deliciosos que los prados les ofrecen.
En cada brizna de hierba luce un sol brillante y breve
Por mediación de la escarcha, gota a gota derritiéndose.
Otro invierno, derrotado, se retira a sus cuarteles
A urdir con sangre muy fría contraataques de la nieve.
¡Qué algarabía en los árboles! Bajo el azul, ¡cuánto verde!
Late la tierra y murmura lo viva que aún se siente.
Anoche mi alma dormía, perseguida por la muerte,
Cerca del gran precipicio donde cayeron los héroes.

VIAJE AL ESPEJO
I
Este inhóspito bosque, sinuoso y oscuro,
Donde espinos y zarzas fortifican su muro,
Da cobijo a la bestia más salvaje y temible.
Nadie nunca vivió para dar serias pruebas
Sobre tal habitante de las fúnebres cuevas
Situadas debajo del gris monte Invencible.
II
Al gran perro ovejero del pastor, un mal día,
Se lo vio con un yelmo cuya herrumbre lamía
Por los prados limítrofes a la hermética selva.
Dentro a hueco tronaba otro cráneo mohoso,
De ambiciones e ideales ya vacío y umbroso.
El que viaja tan lejos, imposible que vuelva.
III
En aquella provincia sigue siendo costumbre
Despertar viejos miedos a la luz de la lumbre
E inflamarle los iris a la audiencia expectante.
Lo narrado en sus noches, a tan hórrida hora,
Fue la antigua tragedia donde llora e implora
Una voz que hace eco frente al ronco gigante.
IV
Escuchando el suceso que entretejen dos labios
Por el tiempo arrugados sin hacerles más sabios,
La inquietud va acortando uña a uña los dedos.
Tanto extraño misterio hace abrir mucho el ojo:
En pupilas noctámbulas, cual carbones al rojo,
Siembran ansia y angustia los ancianos aedos.
V
¿Qué será lo que induce a anhelar conocer?
Con astucia investigan los humanos, sin ver
Más que faros efímeros en la noche absoluta.
Paquebotes sin puerto en un mar mortuorio,
Navegando hacia el vano resplandor ilusorio
De creer saber algo sobre el rumbo y la ruta.
VI
Es el hombre de niño, al igual que de adulto,
Un cobarde bizarro que al entrar en lo oculto
Da dos pasos atrás y, después, un gran salto.
Temeroso y valiente, poco a poco se interna,
Aun teniendo noticia de que de esta caverna
No se sale con vida por ser fuerte o más alto.
VII
En el caso concreto que a nosotros ocupa,
Fantasmales equinos sin princesa a la grupa
Se pasean paciendo por el bosque y la aldea.
Caballeros andantes a la bestia dar muerte
Desafiando el peligro intentaron sin suerte,
Con alfanjes al cinto y en el puño una tea.
VIII
Legendaria rutina fue que el bélico innoble
De matanza en masacre halle recio redoble,
Por respeto al honor, por amor a amargura.
Con preclara penumbra, su triunfo consiste
En hacer mucho daño al malvado y al triste
Salpicando de sangre la abollada armadura.

IX
El más torpe fracasa. La alegría es inmensa.
Ese día el monarca da una gran recompensa.
Vibran músicas épicas… Y melódico cántico...
Al dragón se lo llevan cruelmente arrastrado
Hacia el puesto de carne de reptil del mercado.
Pulcra dama abanica a su héroe romántico.
X
Todo mera apariencia, burdamente perfecto:
¡Venció al pérfido arácnido el magnífico insecto!
¡Deshicieron la tela sus quelíceros mágicos!
Sin embargo esa gesta se reduce a una paz
Instaurada a mandobles por un Ares falaz
Cuyo filo refleja fuego y sed hemorrágicos.
XI
Altruísta proclama la inclemente mentira,
Con fraternos propósitos, ocultando su ira
E imponiendo tirano el temor como norma.
La carencia da al zafio opulenta apariencia.
Insolente ignorancia se disfraza de ciencia.
El hipócrita medra. La verdad se deforma.
XII
La verdad es al falso lo que al fuego la lluvia.
Queda todo arrasado cuando el cielo diluvia
Torrencial agua negra procedente del humo.
Obtendré cataclismo si a la pira doy viento.
Quien dedica su voz a sembrar fingimiento,
Tempestades cosecha. Lo anticipo y asumo.
XIII
La verdad es el cauce de agua lúcida y santa
Cuya hermosa y dulcísima fluidez aún canta
Por rompiente e inmenso que el Océano ruja.
Sea el hombre legal, o corrupto en sí mismo,
Fluye el cósmico río hacia el lóbrego abismo.
Pero nudos no entran por los ojos de aguja.
XIV
Por lo tanto, amigos y estimados lectores,
Esperad de mi pluma no sonoros clamores
Celebrando la gesta del más sordo cuchillo.
A la bestia inhumana, y al humano bestial,
Permitidme que llame por su nombre real.
Y al color rojo, rojo; y no azul, ni amarillo.
XV
Hombre: “Santo diabólico sin antídoto aún
Para su íntima sierpe.” ¡Oh colmillo común!
¡Cuánta ley se diseña con la sangre del sable!
¡Qué fatal lee sentencias el locuaz basilisco!
Nuestra boca fluctúa de la miel al mordisco:
Del piropo amoroso, al agravio implacable.
XVI
La razón nos creció hace miles de años
Planeando los simios criminales engaños
Por lograr un cadáver del herbívoro vivo.
Persistente y atlética estrategia de lobos,
Creó bípedos genios de cuadrúpedos bobos.
Tuvo éxito el hombre siendo así, agresivo.
XVII
A medida que el bruto adquiría listeza,
Engordó capa a capa la sesuda cabeza,
Pero no se deshizo de su instinto feroz.
Degollaba por carne. Y por épico gusto.
Construía su ética. Despreciaba lo justo.
Era ángel y buitre, amigable... y atroz.
XVIII
Revivimos nosotros esa íntima herencia.
En la sangre nos late la vetusta violencia,
Por detrás del abrazo, la caricia y el beso.
Por debajo, adentro, en los sesos metida,
Una larva de cobra que parece dormida,
De repente resurge y retrasa el proceso.

XIX
Evidente resulta al que bien reflexiona
Esa senda que hace al humano persona
Decidida a negar los propósitos bélicos.
Fuimos sádicos niños, aburridos, al fin,
De flechar ruiseñores y pescar al delfín.
La conciencia valora ideales angélicos.
XX
La conciencia divina, la celeste bondad,
No dormitan altísimas en azul liviandad
Levitando sin límites, señoriales, ajenas.
Dios cultiva señales, humaniza jardines.
Da armonía a la vida. Da pacíficos fines.
En su fragua Satán forja armas y penas.
XXI
Juzga malo quien luce cimitarras al cinto
Lo que ordena a la fiera el atávico instinto
En su frígido centro diamantino y amargo.
Denomina "infernal" al volcánico magma
Ese fuego que late en el propio diafragma,
Pues intuye, adentro, un reptil en letargo.
XXII
Sí, adentro, adentro, en la mente, adentro.
Pero el héroe sale, y no entra al encuentro:
Vence al ogro de fuera, no al de su corazón.
Ve el mal en la fiera de la que es una copia,
Paja en otra mirada y no viga en la propia.
Si dolores inflige, tienen buena intención.
XXIII
La receta del Hombre la creó Dios diciendo:
¡Haya lúcida sombra!¡Sea bello lo horrendo!
¡Luna y bajas mareas den dos manos al pez!
Numerosas peonzas planetarias más tarde,
Un patán habilísimo, muy activo y cobarde,
¡Decidió ser crustáceo! Con tenaz tozudez.
XXIV
Hasta arriba de hierro, en estruendo terrible,
Los jinetes trotaban ante el monte Invencible,
Sobre errados rocines rumbo a algún mal lugar.
Sin martillos y firme golpear no hay quien forje.
Recios iban los príncipes imitando a San Jorge.
O, más bien, a patéticos cangrejillos de mar…

XXV
Es la guerra el deporte favorito del hombre.
Vanidad egoísta de asociar nuestro nombre
A un famoso enemigo sometido en combate.
¿Viviría, sin Héctor, la memoria de Aquiles?
¿O, sin Jerjes, el mítico Leónidas? "¡Diles
Cómo fui de valiente!" - suplicaron al vate.
XXVI
Lo que apenas acepta el campeón adalid
Es que el vivo no escapa de un final infeliz
Por tonante que ruja la soberbia que diga.
Entre férreos latidos, su cardíaca fragua
Forja hazañas fugaces y las firma con agua
Para luego… diluirse en gusano u ortiga.
XXVII
Cuánta sangre vertida para así preservar
Una roca ambiciosa de las furias del mar.
(Oceánico tiempo que al Olvido nos lleva.)
Su temor a morirse para siempre jamás,
A faraones y césares, zares, reyes, rajás,
Impulsó a construir una muerte longeva.
XXVIII
Levantar mausoleos para un regio difunto
Cimentando ese hercúleo y titánico asunto
Sobre osarios de pobres, infelices esclavos.
Miles, miles, millones y millones de vidas.
Leves gotas de lluvia en el polvo perdidas.
Repetido suplicio de la cruz y tres clavos.
XXIX
No ocurrió tal infamia en el íntegro bosque,
Pues la ávida bestia devoró a todos los que,
Con fanáticas ínfulas, prorrumpieron en él.
La memoria y la gloria devinieron en nada.
Subió arriba la sangre de la estéril cruzada
En vapores al cielo más cambiante y cruel.


XXX
Con tan altos bergantes de tan baja ralea,
De algún modo la bestia ejerció una tarea
Barredora de orgullo, insolencia y rencor.
Cada vez que engullía a otro príncipe más
Esa fosa que al vértigo daba vértigo... ¡zas!
Al instante la Tierra era un mundo mejor.
XXXI
Aún así veo inútil dicha higiénica táctica.
Estadísticamente, inviable en la práctica.
No estoy yo defendiendo su letal actitud.
Sobre todo, debido a lo tan abundantes,
Excesivos diría, que son hoy los amantes
De irrigar las arenas y asfixiar la virtud.
XXXII
Otro monstruo peor que la bestia carnívora,
Mezcla de árida esfinge y diplomática víbora,
Vive en seres llamados a sí mismos humanos.
De sus nobles maldades es la bestia el reflejo.
Feos créense hermosos al quebrar tal espejo.
Martirizan al débil y aún se dicen cristianos.
Coda (Homo Vorax Vorax)
A la fúnebre nada van tu vida y la mía.
Todo átomo gira hacia el lóbrego abismo.
Lo presente conlleva esa ausencia vacía.
El voraz Universo se digiere a sí mismo.
Siempre víctima, Eva sufre sed, carestía,
Epidemias, sequía, mar de lodos, seísmo.
Sin embargo, a Adán, su infeliz rebeldía
Hace cómplice rey del atroz mecanismo:
Tala, mata, humea, desertiza, da guerra.
Día y noche que baila en su eje la Tierra,
Cancerígeno expande egoísmos procaces.
Por el árbol agónico brotan lívidas flores.
De la sangre aún viva, primitivos dolores.
En el cielo, marchitos, solecillos fugaces.
A la fúnebre nada van tu vida y la mía.
Todo átomo gira hacia el lóbrego abismo.
Lo presente conlleva esa ausencia vacía.
El voraz Universo se digiere a sí mismo.
Siempre víctima, Eva sufre sed, carestía,
Epidemias, sequía, mar de lodos, seísmo.
Sin embargo, a Adán, su infeliz rebeldía
Hace cómplice rey del atroz mecanismo:
Tala, mata, humea, desertiza, da guerra.
Día y noche que baila en su eje la Tierra,
Cancerígeno expande egoísmos procaces.
Por el árbol agónico brotan lívidas flores.
De la sangre aún viva, primitivos dolores.
En el cielo, marchitos, solecillos fugaces.
CONCLUSIÓN DEL VIAJE AL ESPEJO
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